no sabe comprender
no es capaz de crecer
no es capaz de perdonar
de conjugar la humildad,
ha malgastado su mision en la vida,
y solo habra logrado vivir
como elemento biologico
que se desarrollan
en forma espiritual,
merecen la recompensa de la madurez
de haber vivido, crecido y
Amado.
e ineludiblemente
Solo el Amor trasciende y
Solo la traicion, el crimen y la complicidad
Habéis oído que se dijo a los antepasados:
En ese jardín que logramos un día, éramos dos árboles bien plantados, que juntos crecían y vivían. Osaste con tu mano despiadada hacer talar mi tronco al ras del piso. Derrotada caí al suelo. Los extraños que trajiste se llenaron los brazos con mi fronda, flores y ramas robadas. Nunca te esperaste que en esa vil y despiadada cosecha en la que participaste premeditadamente encontrarías entre los despojos los frutos de nuestro destino, aun vivos y cercenados. Vos y tu nuevo injerto ocasional quisieron crecer y tapar la tierra desolada donde los últimos hijos también cayeron y se secaron para siempre. Pero la mies termina por separarse de la cizaña o bien esta ultima la tapa porque las pestes se alimentan de mugres. Lo primero solo ocurre cuando el error es condescendido pues la mayoría de las veces el parásito asfixia y tapa a la planta primaria. En ese proceso que el tiempo ejecuta ya notaste que del suelo raso brotó nuevamente la primavera con retoños frescos y verdes porque la savia siguió latente, corriendo y reviviendo el ciclo natural. Hoy tu árbol del lado crece nuevamente, sin flores ni frutos, superando la maldad despiadada de la tala y sin duda tendrá mucho tiempo para verte caer en lo mismo, seco, asfixiado y apestado con hojas débiles y amarillas y con ese extraño injerto que como la cizaña de a poco te supero. En el jardín del Edén conviven por siempre... la mies y la cizaña. Los árboles secos, los parásitos y aquellos que nunca mas darán frutos porque el entorno en que nacieron estuvo viciado por la equivocación.
Dios es Grande. Da a cada uno la cosecha de su propia siembra. Algunos árboles mueren solos y de pie y soportan adversidades climáticas, vientos, tormentas, pestilencias, sequías... otros viven atrapados por pestes, cizañas y parásitos de los que no pueden emerger. Unos proyectan su sombra benéfica bajo la cual se albergan pájaros, flores o caminantes. Pero sin duda aquellos árboles extraños e imberbes que tuercen sus ramas al placer, hoy para aquí, mañana para allá solo por conseguir una mísera alabanza de grandeza y adulación son los que Dios prefiere para desatar su castigo y su furia en las tormentas mas temidas. Y así caen los rayos, en medio de la nada, y destruyen y queman al más grande, en noches de tormentas o a veces en medio de la quietud de la siesta. Con ese objetivo claro que la naturaleza no deja explicar. Al lado de uno caerá destruido el otro. Sin tocarlo, sin rozarlo, sin quemarlo, sin piedad. Sin duda, ocurre. Y el resto de los árboles que siguen de pie solo pueden mirar y contemplar que nada en el universo queda impune, sin saldar, sin retribución. Y a veces la enseñanza llega tarde.
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